Ryu obtiene su "Karategui"

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El primer día de entrenamiento con el Maestro Panda fue más difícil de lo que Ryu esperaba. Había imaginado aprender movimientos espectaculares, patadas giratorias y golpes rápidos. Sin embargo, lo primero que le enseñó su maestro fue algo muy distinto:
—Antes de que aprendas a golpear, debes aprender a esperar —dijo el Maestro Panda con una voz suave pero firme.
Ese día, en lugar de hacer movimientos de combate, Ryu tuvo que sentarse bajo un árbol de bambú y simplemente respirar. El panda le enseñó a inhalar profundamente, a sentir el viento y escuchar los sonidos del bosque.
—El karate no es solo fuerza física, Ryu. Es equilibrio entre tu mente y tu cuerpo. Si no controlas tus emociones, tus movimientos serán débiles.

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Durante semanas, Ryu practicó posturas básicas: mantener el equilibrio sobre una sola pata, desplazarse lentamente como si caminara entre nubes, y controlar su respiración en cada movimiento. Al principio, el pequeño mapache se desesperaba.

—¿Cuándo aprenderé a pelear de verdad? —preguntaba, frustrado, mientras el Maestro Panda lo observaba con una sonrisa serena.

—Cuando aprendas a no querer pelear —respondía el panda.

A pesar de la dificultad, Ryu nunca se rindió. Día tras día, se levantaba al amanecer y cruzaba el claro de bambú, dispuesto a seguir las enseñanzas de su maestro. Con el tiempo, las tareas se volvieron más complejas:


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Aprendió a esquivar los troncos que el Maestro Panda hacía rodar colina abajo.
Se enfrentó al desafío de caminar en equilibrio sobre delgados troncos de bambú.
Y finalmente, practicó golpes rápidos y precisos contra sacos llenos de arroz.

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Un día, mientras entrenaban, el Maestro Panda le lanzó un reto:
—Golpea este bambú. Pero solo una vez. Y asegúrate de que sea suficiente.
Ryu, concentrado como nunca, respiró hondo. En su mente, no había dudas ni prisa. Con una patada rápida y poderosa, rompió el tronco en dos, dejando al panda sonriendo con orgullo.

—Ahora estás listo para recibir tu uniforme, pequeño Ryu.

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El Karategui de Ryu


El Maestro Panda lo llevó a una cueva escondida en el bosque, donde guardaba objetos especiales. De un cofre cubierto de polvo, sacó un hermoso karategui blanco.
—Este uniforme representa más que habilidad. Es un símbolo de tu disciplina y esfuerzo —dijo el panda, entregándoselo.
Ryu se colocó el karategui con cuidado. Se sentía diferente, como si al ponérselo dejara atrás al travieso mapache que había sido y abrazara al karateka que estaba destinado a ser. Pero aún faltaba algo.
—¿Y el cinturón? —preguntó Ryu, tocando su cintura vacía.
El Maestro Panda asintió lentamente:
—El cinturón querido aprendiz, se gana.