Durante semanas, Ryu practicó posturas básicas: mantener el equilibrio sobre una sola pata, desplazarse lentamente como si caminara entre nubes, y controlar su respiración en cada movimiento. Al principio, el pequeño mapache se desesperaba.
—¿Cuándo aprenderé a pelear de verdad? —preguntaba, frustrado, mientras el Maestro Panda lo observaba con una sonrisa serena.
—Cuando aprendas a no querer pelear —respondía el panda.
A pesar de la dificultad, Ryu nunca se rindió. Día tras día, se levantaba al amanecer y cruzaba el claro de bambú, dispuesto a seguir las enseñanzas de su maestro. Con el tiempo, las tareas se volvieron más complejas: